HACE MUCHO TIEMPO había un bosque al norte de Iquitos. Era un bosque bañado por el Nanay y, un poco más allá, las aguas del Momón besaban la tierra de sus colinas y bajiales. Ahí abundaban las aves, las mariposas y toda clase de animales silvestres. Sobre todo, las punchanas se multiplicaban en ese paraje cubierto de greda y arena blanca. Sin embargo, como dicen los abuelos: las cosas buenas duran poco, el bosque estuvo a punto de desaparecer después de que llegó gente extraña.
Un día, cuando el pájaro ayaymama ha cantado tristemente hasta el amanecer, un ejército de hombres invade el bosque en afán de fortuna. Y cazan otorongos, tigrillos, y cerdos del monte, para quitarles los cueros. La sangre de anacondas, caimanes, nutrias, delfines y manatíes tiñen los ríos y cochas, al extraerles la piel y la grasa. Además, crías de huacamayos y loros son arrancados de sus nidos para convertirse en mascotas.
Por otro lado, miles de árboles son talados; y, de la noche a la mañana, el bosque ha cambiado de aspecto y se ve humo por todas partes. Hasta el cielo tiene un color diferente y el Nanay ya no es el mismo. En medio de este desastre, una pequeña sombra cruza el atardecer: es mamá punchana que, desesperada, busca a sus crías que han desaparecido sin dejar rastro.
Ya son varias semanas que no llueve y la sequía es cada vez más intensa, pero mamá punchana no pierde la esperanza, su instinto le dice que algo tiene sentido. Y no se equivoca: ni bien se queda dormida al pie de un árbol, una figura alada se le presenta durante el sueño:
—Eres muy valiente, mamá punchana. Te admiro por tener el coraje para seguir adelante y no darte por vencida. Ten calma que todo esto pasará. Solo tenemos que viajar hacia las cabeceras del Momón. Allí vive el ser más poderoso que cuida de nosotros y es el único que puede ayudarnos.
Con las primeras luces del amanecer, mamá punchana abre los ojos y de inmediato se fija en la gran águila arpía que está su lado.
—No me tengas miedo —le dice el ave—. Yo soy quien te ha visitado mientras dormías. Acércate más y súbete a mi cuello. Una larga travesía nos espera.
Siguiendo el curso alto del río, después de horas de viaje, el águila arpía ya sobrevuela un monte de aguajales. “Hemos llegado al lugar indicado”, le dice a mamá punchana que continúa agarrado de su cuello. Mientras comienza el descenso, pueden distinguir una selva llena de vida. En eso, logran ver una gran choza, en cuya puerta hay un gigante que tiene los ojos brillantes como dos luceros y viste una larga túnica con los colores de la selva. Es Momón, el guardián del bosque.
Apenas ingresan a la choza, el águila arpía empieza a contar las desgracias que han ocurrido, pero el gigante lo detiene, se sienta sobre un banco de madera, en tanto que le acaricia la cabeza.
—Has hecho un buen trabajo, mi noble mensajero —le dice, luego se dirige con ternura a mamá punchana— A ti te estaba esperando, mi pequeña. Has tenido el suficiente valor para venir a visitarme. Ahora fíjate en mis ojos: acá está la puerta de entrada que lleva al río donde nace la vida y se renueva la muerte. Tienes que realizar este viaje para que todo florezca una vez más. Y, solo a través de ti, el bosque en el que nacieron tus crías volverá a ser como antes.
Ni bien cruza la puerta de los ojos del gigante, mamá punchana siente como si se hubiera liberado de su cuerpo. Es una sensación extraña. En seguida observa que sus cortas patas han adquirido el hábito de volar. Minutos más tarde, luego de viajar a través de un lugar cada vez más hermoso, llega a un río, cuyas aguas bullen de peces y en sus orillas abundan árboles y animales. “Son las almas de todos los seres que fueron exterminados hace poco”, se escucha la voz del gigante, mientras mamá punchana, para su alegría, se encuentra con sus crías.
De pronto, el río comienza a agitarse y se forman olas inmensas que arrastran todo a su paso. Son tan grandes las olas que llegan hasta el cielo en forma de tempestad: los árboles y los animales ahora son infinitas gotas de lluvia que se precipitan sobre la selva.
Llueve durante días con truenos y relámpagos. Y cuando, por fin, se asoma el sol entre las nubes, un gigante arcoíris que emerge desde las aguas del Momón se impone en el cielo. Entonces la sequía desaparece y el grandioso bosque, al norte de Iquitos, reverdece nuevamente. Las aves regresan a construir sus nidos, se ve el revoloteo de bellas mariposas y las punchanas, junto a otros animales silvestres, han retornado para poblar el lugar cubierto de greda y arena blanca.
Escritor: Edward Rodriguez Reategui